miércoles, octubre 29, 2003

Regresando de casa del árbol. Pareciera que el día de hoy son dos días. Los fragmentos oídos y vistos en el transbordar de metros y micros ¿cuántos rostros, cuántas texturas, cuántos universos pasan junto a mí en un día de trajín citadino?
La voz del árbol tiene un dejo a infinito. Hoy hablamos de intersecciones, del misterio que encierra la encrucijada. Toparse con ciertos personajes es azaroso: pueden resultar significativos, pasajeros o entidades que transforman para siempre nuestro camino.
Y precisamente, para llegar a casa del árbol-que-abriga debo llegar a metro Cuatro Caminos: descomunal, atiborrado de huellas, un borbotante que alimenta de gente los subterráneos de la ciudad; túneles que se bifurcan, enredo de vías, acceso doble y los pasillos con letras del abecedario que indica el paradero para dirigirse a destinos diferentes.
Algunas etapas de nuestro andar llegan a un Cuatro Caminos: elegimos una letra a un destino desconocido; esta incertidumbre asusta pero excita.
Y entregué el libro for-ma-di-to. Qué sabroso regresar a la frescura de la colina. Hora de comer...

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