lunes, septiembre 27, 2004

En aquellos días... sí, tengo edad para usar "en aquellos días"... y como decía, en aquellos días teníamos una bodega de pescado en Nayarit, a cinco pasos del mar. Me gusta recordar las historias de los pescadores, las pilas de tarjas, los cientos de ojitos que observaban tras el hielo picado y añoro el olor de la leña quemada cuando sarandeaban pescados --y una que otra langostita-- para el almuerzo. Pero lo que me provoca una inmensa tristeza es el recordar el sonido del oleaje: a todas horas ese chasquido acompasado del agua que va y viene. Aquellos días eran marítimos, acuáticos. Yo misma era agua toda, una inmensa pecera: estaba embarazada, por primera vez. Ahora creo que el que mi hija se llame María del Mar no es una mera coincidencia con aquellos días de horizonte abierto.
Supongo que aquella bodega está ahora presente porque esta semana la hija cumple 14 años. Y sí, mi vida se divide en A. de la hija y en D. de la hija. Esta semana, como en los últimos 14 años, seguramente haré mi inventario imaginario que suele transformarse en sunami existencial. Y mientras ajusto cuentas debo buscar los Libros de Terramar para regalárselos a la hija. Aunque ella no es del todo marítima, es un tanto aérea, adicta a las aves, pero lectora voraz.
Aquí, en la ciudad-cemento, si oso abrir los tímpanos escucho la reverberación de los motores, los estúpidos claxons (odio los claxons chilangos), los aullidos de las balatas y las voces, multitud de voces. Es otra especie de mar, un mar mutado con fosforescencias que forman cardúmenes en los postes de luz.

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