miércoles, septiembre 22, 2004

Llevo dos noches con el dormir fragmentado --duermo-despierto-duermo-despierto--, como por tandas; y en cada tramo sueños que han alcanzado un surrealismo espantoso.
De niña solía construir casas de muñecas con cartones y papel. El cartón --proveniente de envases de leche Alpura y de cajas de galletas-- lo empleaba para los muros, y el papel --de cuaderno, rayado-- para las sillas, las mesas, las camitas y por supuesto los moradores. La utilería de las casitas se resumía a figuras trazadas pero nunca iluminadas --no sé si era por pereza o el mundo en blanco y negro bastaba--.
Años después sí tuve una casita de muñecas "real", uno de los juguetes más disfrutables que tuve en la infancia. No sólo la habitaron familias; también viveron ahí, una temporada, las figuritas de Plaza Sésamo y otros animalillos del juguetero. Caray, hasta fue set de ciertas películas de terror: en alguna la máquina de coser (una miniatura de madera y plomo) terminaba con sus víctimas gracias a un mortal zig-zag, y el canario de una mini-jaula (de plomo también) se transformaba en cuervo saca-ojos.
Uno cree que las ensoñaciones de la infancia se van para siempre. No es así. En mi último sueño se rodaba una película en el estacionamiento de la colina. Los actores eran monstruosas figuras de papel --idénticas a las de aquellas casitas de cartón-- que correteaban, entre luces y cámaras, alrededor de una torre muy medieval pero hecha con un envase de leche gigante.
Creo que hoy dormiré con el encendedor sobre el buró. Como yo no soy el director en esos sueños hay que andarse con cuidado. Las figuritas pueden resultar verdaderas divas...

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