miércoles, febrero 16, 2005

Todo lo que sube tiene que bajar, como el ánimo, como la marea. Soñé con una casa, alegoría de esta, a la cual debía poner orden porque llegarían unos personajes ilustres. Era de tres pisos, vetustos y pequeños, conectados entre sí con una escalerita de caracol. La casa se inundaba, primero el patio y luego la planta baja. La causa parecía ser la bomba de agua que solía trabarse (en el sueño) provocando la saturación del tinaco. Para desaguar el lugar bastaba apagar la bomba. Sólo que al buscar el switch en el agua turbia, que me llegaba a medio muslo, había peces. No di oportunidad al asombro. Tenía que parar la inundación.
Detuve la de la casa que resultó funcionar como vaso comunicante con el mar. De ello me percate al salir de la húmeda morada, llevaba una red con un pez adentro que se asfixiaba. Tenía que lanzarlo a algún lugar. La calle estaba inundada, en ella no sólo nadaban peces sino rayas, grandes meros, tortugas, desesperados en el agua turbia. Con el agua al torso, trataba de esquivar sus grandes cuerpos, algo temerosa por no saber qué había en el agua.
Los seres marinos nadaban hacia la orilla, se atoraban en los coches semi sumergidos, en las ventanas de las casas, chocaban con los postes. Eran seres tristísimos. No entendía su urgencia por asfixiarse con el aire retorciéndose sobre la tierra. Entonces el agua enrojeció, era la marea roja. Y en el sueño comprendí la certeza de que dentro o fuera del agua todos esos seres morirían. Su urgencia era la del suicidio. Desperté.

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