miércoles, julio 27, 2005

cruce de caminos

Fonéticamente, en castellano, la palabra encrucijada posee de ya una carga simbólica; al pronunciarla, en voz alta, podemos notar que sus sonidos se cierran para luego abrirse en las vocales "a". Cosa más suave es el término "cruce de caminos" lo cual no logra diluir la carga simbólica del concepto.
La encrucijada se convierte en el centro del mundo para el que allí se ubica; suele ser lugar de apariciones y revelaciones. En todas las civilizaciones se han levantado, en las encrucijadas, monumentos, capillas o altares. Es el lugar que invita a la reflexión; la parada inevitable del camino y que ofrece un viraje, una transformación. Pero también es el lugar de paso donde uno puede desembarazarse de las cosas negativas. En otro plano también se le considera como el umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Existen ejemplos de rituales curiosos que se han llevado a cabo en dichos cruces a través de la historia de la humanidad: desde la afición de ahorcar gente en ellos hasta enterrar ofrendas de algodón y cereales en su tierra. Pero hoy este asunto de las encrucijadas sólo me interesa por una imagen que encontré, azarosamente, al buscar el homónimo azteca de Ek Chuah, dios maya de los mercaderes a distancia:
Encontré el nombre del dios azteca: Yacatecutli (el señor que guía), dios protector de los pochtecas. Y encontré su imagen, gloriosa, proveniente del Códice Fjérvary-Mayer. Me ha parecido de una belleza y una complejidad tal que dudo escape de mi memoria visual. Que flote en el aljibe el amo y señor de las encrucijadas:



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