Sí, todos reconocemos estas imágenes: pender de un hilo, caminar sobre el filo de la espada, estar al borde del precipicio. Son imágenes trilladas y aún diríamos que son lugares comunes. Podríamos crear una jerga para este asunto del equilibrio: trapecio, equilibrista, péndulo, balanza... y que tal traspié, tropiezo, vértigo. Hablar sobre equilibrio engolosina, ya sea por su fragilidad o su brevedad que lo hacen tan codiciado. Pero lo que olvidamos, o nos es menos atractivo, es la frontera que lo sostiene: ese trazo que resulta eje de un balancín casi siempre imaginario.
Están el filo, el borde y el hilo como fronteras que delimitan desde principios e ideologías hasta corduras y actos por hacer. Fronteras hay de todos colores, texturas y tesituras. Y su ubicación se antoja haber sido designado por algún dios que nadie ha nombrado: basta citar algunas: quién define la frontera entre sanidad y cordura, entre fe y fanatismo, entre erotismo y pornografía, entre bondad y maldad. Y aquí todos lanzaremos teorías o verdades lapidantes impregnadas con nuestros cánones y la percepción que cada uno tiene de su rededor.
En los últimos días se me ha antojado fijar, con alguna cinta adhesiva que he de inventar, todas esas fronteras, tan dispares, tan juguetonas, tan invitadoras al caos. ¡Oh, sí! Regalar a la humanidad toda una perfecta cartografía.
Pero mi deseo de crear Utopía Reloaded ha de esperar. Ando en una frontera más terrena: debo arrojarme al precipicio de la acción, terminar un texto dulcísimo y llenar el monedero para que el señor del gas no vuelva a intentar quitarme el servicio.
Ya habrá tiempo. Creo.
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lunes, julio 25, 2005
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