viernes, agosto 12, 2005

Imagino a las personas como inmensas granadas que deambulan por las calles, suben, comen, duermen y a ratos ríen o a ratos lloran. Todas ellas reservadas porque, como le sucede a las granadas, al mostrar cualquier evidencia de su dulce interior no faltará el ávido, el hambriento, el gordo travieso que decida devorarlas. Y con esto entiendo el por qué de sus mil máscaras, de sus falsas palabras, de sus juegos de artificio y de su rendir pleitesías al imbécil entronado.
Y supongo que aquellas cáscaras son vitales, todas ellas de diversos colores pero siempre con esa textura que recuerda a algo olvidado en un desván, o a algún papiro antiquísimo que se salvo de un histórico incendio. Entonces imagino su sabiduría y sus miles de fonemas que todavía están por decir. O sus besos arrebatados, sus caricias furtivas, su caridad alimonada y todo aquello que puede existir en un interior complejo.
Imagino, mas a ratos todo parece un espejismo porque las granadas son sólo deseo y esas personas que recorren las avenidas no son otra cosa que cebollas inmensas con capa tras capa tras capa donde al final nada queda y ya nada tiene importancia.
**

No hay comentarios: