Aquí dentro, en mi tatema, debo tener un chip (puesto que no creo sea una neurona) que ha catalogado los alimentos. El chip cree que si vienen envueltos en bandeja, con código de barras y cubiertos con plástico adherente están más muertos que si vienen bajo un presentación más artesanal; éstos últimos están menos muertos, justo en el umbral.
Allá, en la cocina, junto al escurridor hay tres truchas que, aparentemente, están igual de muertas que los pescados que venden en el súper: esos que yacen sobre una cama de hielo, muy bien formados observándolo todo con sus ojillos gelatinosos. pero no, estas truchas están más vivas (el hijo las pescó ayer), aunque están evisceradas, lavadas, escurridas vueltas a lavar y a escurrir. No sé cómo matarlas, sólo me limito a tocarles los ojillos. Espero que mueran bien para la hora de la comida; no sé cómo guisarlas, imaginarlas en el fuego me da horror.
Hubiese ido al super, con mis truchas bajo el brazo, a pedirle al encargado de "pescados y mariscos" que las empacara con todas las de la ley. Pero ya no hay tiempo. Tendré que conformarme con vendarles los ojos y amordazarlas bien en caso de que se llegue la hora de la comida y ellas sigan poco muertas cuando el fuego abrasador les de la bienvenida.
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lunes, noviembre 28, 2005
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