lunes, enero 19, 2004



19 de enero de 1809. Mínimo homenaje al más-azul-de-ojos-tristes

Hasta principios el siglo XIX la literatura, en el género de horror, comulgaba con lo sobrenatural a partir de la tradición, estableciendo cánones a seguir para obtener la fórmula exacta del relato de horror. Lo sobrenatural siempre provenía de un factor exterior; los personajes se convertían en entidades funestas ya fuera por posesión, contaminación o aceptación de un contrato irrevocable.

Tendría que llegar un hacedor-de-encrucijadas para romper el canon. Edgar Allan Poe se adentra, se atreve: lo sobrenatural, ahora, se gesta dentro del mismo personaje. Su obra se convierte en un viaje épico a través de las aguas de la psique; con la poética de la unidad como sextante descubre nuevos territorios y define fronteras que otros autores, posteriormente, cruzarán.

Aprehende el precario equilibrio de la dualidad (muerte-vida, salud-enfermedad, sensatez-locura) y nombra a la compulsión por la inmolación anímica como el diablillo de la perversidad. A través de sus mujeres inexistentes, de sus atmósferas claustrofóbicas, de sus animales demoníacos nos conduce a la siempre latente desintegración; pero no siempre como fin en sí misma, sino como posibilidad de regeneración.

Poeta de la verticalidad, elige el descenso a nuevos subterráneos del inconsciente para develar universos fantásticos, acariciar el rostro de la muerte y nombrar al horror blanco (tekeli-li!) que él deseaba trascender. Mas intuitivamente, logra el ascenso y lo transcribe en una cosmogonía (Eureka), en simbólicos arco iris, en sátiras olvidadas y en sutiles versos de hipnotizante sonoridad.

In a kingdom by the sea duerma Edgar Allan Poe.

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