viernes, enero 23, 2004

Justo hoy, cuando creía que deteníamos el caos, tuve que dedicar horas al hijo. Propósito: trabajito escolar sobre el istmo de Tehuantepec. Una región más en este planeta, estrecha, pequeña; pero en su pequeñez, es contenedor de culturas hermosas y sorprendentes.
Y justo hoy, que no planeaba bloguear hasta mi regreso de Polanco El Hermoso, leo mi nombre en un texto despectivo y con tintes racistas.
Sí, todos somos intolerantes (dije todos). Sí, mi intolerancia me ha provocado enojo. Tal vez sea mi idealista convicción de intentar diluir fronteras, de tener la mínima curiosidad por otras voces, otras creencias, otros universos. Intentar construir vasos comunicantes entre la multitud de culturas que flotan en este planeta; poder intuir, minímamente, todo aquello que nos rodea. No podemos comprender u aprehender todo, ni aprenderlo ni memorizarlo. Sólo intentar con la conciencia de que el territorio de la ignorancia (nuestro, tuyo, mío) no desaparecerá del todo.
Mi amigo Min (que no es chino sino coreano, y esto es una diferencia radical)* de leer aquella bazofia se hubiese sentido ofendidísimo. Y diría: te lo dije, chica, mi mundo y tu mundo no tienen intersección.

* Si amarillo u oriental es sinónimo de Chino, mas vale correr y buscar algunos libritos de historia, geografía, arte o gastronomía para abrir los ojos.

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