lunes, abril 28, 2003

Un ahogado que me topé en el metro
Las puertas se cierran. Sobre el andén, una estela de agua y crustáceos muertos se pierde hasta las escaleras eléctricas. Atraviesa la emanación luminosa del pasillo, sus pasos son el breve recuerdo de aquel chasquido de niñez saltando charcos. Verde, húmedo y portador del silencio custodiado por la lengua henchida que asoma la punta entre sus labios carcomidos.

Se sienta, impregnando la ventanilla con un vaho de salitre, erizos y sargasos. Verde azulado, su cabello escurre ocultando los ojos que se han ido para mecerse en el vientre de los
peces. (Nathaniel, el olvido habita en el coral).

Observa, sí, observa con las cuencas el vientre abultado de una embarazada, la réplica cuasi exacta del suyo, enorme y adormecido. La gestación de un niño ilumina el rostro de ella. La gestación del
mar todo es privilegio del ahogado. (Nathaniel, el olvido habita en la espuma agorera del mar).

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