viernes, septiembre 19, 2003

Breve homenaje: Desde esta colina, hace muchos años, podía devisar parte del valle de esta monstruosa ciudad. Y digo parte porque todavía no encuentro un punto desde el cual pueda abarcarla todo con la mirada. Esta ciudad es huidiza, siempre escapa por el horizonte, más allá de él, como si no tuviera linde alguna.
1985. Y desde esta colina, hace muchos años, salíamos a sentarnos en la fuente para ver, lejísimos, los fuegos artificiales del 15 de septiembre. Aquel año no imaginábamos que unos días después veríamos fuegos nuevos. La tarde del 19 de septiembre el horizonte era una suma de estelas de polvo, humo y fogatas inmensas. Un cuadro que no se olvida.
No importaba su tamaño, la gran ciudad era frágil, finita. Están las historias, las anécdotas y los lugares a los que ya no podremos ir --y que tenían asignados recuerdos--; durante algún tiempo la gente tenía un halo de humanidad, una entrañable complicidad.
2003. Trato de buscar ese vestigio en los rostros que veo por las calles, sé que está en algún lado, escondido. Pero esos malditos rostros se niegan a resplandecer de nuevo. El olvido no puede ser bueno. La conciencia de nuestra fragilidad transforma el sentido de las cosas, materializa lo que no vemos. Somos necios. En la comodidad de nuestro olvido caminamos por las calles, aún frágiles, ciegos.

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