sábado, septiembre 27, 2003

En casa de la abuela había una enorme consola de madera con una tele incrustada; bocinas en las laterales, con un tejido amarillo, grueso y brillante y un pequeño nicho donde vivía un cenicero de plata en forma de concha. Si querías ver la tele se tenía que prender con anticipación, para que los bulbos se calentaran. Ahí se quedaba uno, sentadito, observando aquella pantalla negra con un pequeño punto iridiscente que tardaba minutos en estallar para dar paso a las imágenes en blanco y negro. Esa tele sólo me exasperó unos meses de mi infancia; luego llegó la de encendido rápido (aún en blanco y negro). La de colores llegó a mi casa un par de años después (todavía recuerdo la sensación de asombro al descubrir que ciertos programas tenían colores). Ahora, frente a este monitor, suelo olvidar que las resoluciones no siempre fueron de millones de colores.


http://vintagetvsets.com/ (una hermosa colección)


Estos días tengo la sensación de que mi voluntad es de bulbos, debo esperar horas para que reaccione; lo malo es que se apaga fácilmente y llegan nuevas horas de espera. De alguna manera debo lograr instalarle un control remoto, una pantalla plana y, por si insiste en su apatía natural, un no-break...

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