miércoles, septiembre 03, 2003

Llovió y llovió. Noche humedísima y sin luz. Descubrí que mis dedos, las yemas, ven mejor que mis ojos: forré unos libros con luz de vela, soy más veloz en tinieblas. Los ojos distraen, les gusta tanto llenarse de formas, creo que todo el tiempo buscan (y nunca encuentran).
Tenía que ir a la editorial por unos ejemplares de mi libro, no he mandado un par, otro par que pidieron, y otros para la hermana-arqui. Ya hace tanto de ese libro: veo la portada (que nunca me gustó, ja) y parece de otra persona. Y es que todo posée esa tendencia al alejamiento: pareciera que todo se despide constantemente. Ahora estoy aferrada a unos versitos, los tengo desde hace mucho tiempo; es hora de dejarlos partir, sólo que siempre queda la certeza de que la tecitura no fue suficiente, y tampoco lo será la siguiente vez que llegue una nueva serie de poemas. Tristemente no basta el oficio, es como los cantantes: pueden ensayar, aprender, educarse la voz; pero tienes el don o no lo tienes. Ni modo, alimentar esta mediocridad es inevitable. Hoy concluyo, todo parte, es inevitable.

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