jueves, septiembre 18, 2003

En los últimos días la Compañía de Luz y Fuerza del Centro (este, oeste, averno, a escoger) juega al hechizero. Escucho constantemente un plic-plac en el regulador de la máquina; a ratos la luz es tan intensa que mis focos de luz de día (azules) mueren de asombro; y ya tenemos una senda colección de apagones.
Ayer la penumbra nos visitó tres largas horas, leí el libro que me regaló Rax bajo la luz de un candelabro. Trato de colocar velas diversas en puntos estratégicos de la casa, para evitar chocar contra los muros o caminar lánguidamente --vela en mano-- cuidando que la llamita no se apague. Somos topos inversos, adictos a la luz eléctrica; aún cuando creemos estar en silencio siempre existe algún zumbido que nos acompaña (el refri, la cafetera, el plic-plac del regulador), la luz impide la contemplación y el autoconocimiento (no imagino un monasterio medieval con 100 watts de por medio); ni siquiera las hadas emularían a los insectos y danzarían alrededor de nuestras bombillas.
Algo oculta la luz eléctrica, creo, y será ese halo protector que necesitamos (siempre existente en las noches citadinas) que nos hace sentir inquietos cuando la Compañía de Luz y Fuerza apaga los interruptores tras la tormenta.

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