lunes, abril 12, 2004

¡Ah! Los poetas y sus misterios insondeables. Comentan aquí y allá sobre el futuro de la poesía mexicana. Hablan sobre la inexistencia de la ruptura. ¿Cuál ruptura? Hasta cuando dejaremos ese feo vicio de La Ruptura, que pronto se cumplirá el siglo de su aparición como término.
Pretender que la poesía mexicana es una unidad es una falta de visión histórica (como tal, apenas cumplió su siglo). Las innovaciones, o las encrucijadas, ocurridas en la poesía hispanoamericana nos competen de igual forma sean mexicanas o no. Que esto último no se entienda como la globalización de la poética, que en la diversidad radica la fascinación; sino como el asumir a la poesía mexicana como una de tantas ramas provenientes del mismo tronco: la poesía española. Y es el idioma español (con todas sus variantes) lo que cohesiona y permite la existencia de este gran árbol, poesía, del que somos parte.
Ruptura ¿de qué? ¿qué van a romper? ¿La tradición? La tradición no se rompe, se metamorfosea. Las más de las veces esta búsqueda absurda obedece a arrogancias veladas y los resultados son malas imitaciones de autores muertos (y la mala imitación suele resultar de la ignorancia).
Qué difícil, qué antihumano, es dejar de coquetear con la gloria, la inmortalidad y el reconocimiento. Pero urge esa mínima humildad de saberse un aprendiz y dejar de autonombrarse poeta para encontrar en la gran enramada el muñón pendiente, que otros dejaron, para continuar con la búsqueda del fruto.
Salvo honrosas excepciones, en este México-sin-rupturas los poetas no leen ni poética ni poesía. Lo dicho, ¡ah, que los poetas!

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