jueves, abril 22, 2004

Alguna vez coleccioné ranas, luego estampillas, más tarde miniaturas. De éstas colecciones todavía tengo vestigios --o casi, la última rana que tuve murió deshidratada por ahí--, fueron mermadas por los ires y venires de estos años.
Ahora, a ratos, creo que colecciono fantasmas; y no de esos con sábana blanca, o cadenas correteando por los pasillos. Son eventos, rostros, olores, sabores que por alguna razón se quedaron suspendidos en la memoria, casi siempre asociados con un elemento o un conjunto de imágenes. Y trato de no invocarlos, pero es irremediable.
Justo ayer veía llover desde la ventana de mi cuarto (la mejor ventana para ver llover). Abajo, en el jardín comunitario hay un rosal de tamaño respetable, posee una rosas rojas inmensas. Yo traje ese rosal cuando era pequeño, uno de los naúfragos de la casa de la abuela (cuando fue vendida).
Y ayer recordé que ese rosal fue resultado de una sola rosa que alguien recibió de un amante malogrado. La rosa sobrevivió, por un tiempo, en un vaso de agua. Después, ya seca, fue ensartada en la tierra. Y pegó. Pasó un tiempo antes de que mereciera el nombre de rosal.
Yo traje un rosal pequeño, ahora es un arbusto que veo todas las mañanas, todas las tardes, todas las horas que dedico a la ventana de mi cuarto. Colecciono mis fantasmas y los fantasmas de otros ¿para qué? No encuentro el mismo placer, que me provocaba el album de estampillas, en las voces de los muertos y sus desamores. Creo.

No hay comentarios: