martes, mayo 11, 2004

Hoy no sé nada, ni quiero saber nada. Queda romper el record propio de páginas formadas; y leer las voces de otros (y este es nuevecito, cool):

En los sótanos del infierno se reúne el Clan. Nadie baja. El Maligno le teme a las voces enloquecidas, a los ángeles de cristal que se destrozan en sus fauces cuando suenan los tambores. Hay noches en que las pisadas del tiempo dejan huellas en los corazones de la banda, mientras una mujer rueda por las escaleras sin fin que se pierden entre pentagramas malditos. El silencio es entonces un muñeco de vudú atravesado por clavos y claves de sol. Los laberintos se llenan de humo. Se sabe que en uno de los aljibes dos guitarras de agua se afinan con la música de las esferas, aunque los muertos dicen que nunca nadie la ha escuchado. El verde y el negro salpican el blanco de los ojos. Arriba, muy arriba, enormes buques cargados de monstruos recorren las pesadillas de Dios. Sin sentir, un tropel de lagartos trepa la piel del muro buscando un cielo que ya no existe. A lo lejos suenan tonadas tristes de cantos azucarados y en las fisuras del infierno sigue soplando el ánima. El Clan se desvanece. Los huesos de sus cuatro esqueletos lumbre construyen aquel sonriente rostro de sal que brilla en la memoria. Al final, el adiós es una letra minúscula, una hormiga ultravioleta patinando en el espejo sin luz de Babilonia. Suenan las trompetas del Arcángel. Oremos.
Ricardo Bernal


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