martes, mayo 04, 2004

La madrugada no dio de sí, aunque no importó tanto, creo que el fin de semana lo laboral avanzó. Me dormí con el temor de estar acatarrada. Salí de una clase y me tocó lluvia nocturna, y a ciertas horas uno no puede quedarse bajo techo, hay que llegar a casa. Terminé alucinada entre figuras del tarot y la lluvia menuda pero tupida que me congeló hasta el tuétano. El agua es incontenible, su quietud es efímera. Siempre termina desparramándose, lavando, arrancando. Somos agua.
Y en la madrugada, que no dio de sí, me cansé de ver lo que guarda el agua. Imaginaba pequeños pulpos negros, diminutos pero escurridizos agazapados en el esternón, con sus boquillas dentadas, aferrándose. No son los pulpos-terciopelo del niño-Maldoror. Son pulpos lunares. He deseado arrancarlos de aquellos que andan sombríos. Pulpos abisales. Pero ¿quién los guardaría? ¿dónde esconderlos?
Hoy todo es sol y verde limpio y olor a tierra húmeda. Ya no quiero pensar en los pequeños pulpos que escurren en otros. Son contagiosos.

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