lunes, diciembre 20, 2004

--¡Basilisa, Basilisa! ¡Haz la comida, barre la casa, trae la leña, ordeña las vacas, y date prisa, no pongas esa cara, que parece que vienes de un entierro!

No. No es la historia de Cenicienta, ni un plagio. Es un extracto de un cuento ruso. ¿Quién fue primero? ¿Basilisa o Cenicienta? Responder a estas preguntas provoca el mismo dilema que aquél del huevo y mamá gallina.
Algo que me gusta de la literatura tradicional es su calidad de universal: esas coincidencias, esos personajes rebautizados una y otra vez, esos arquetipos. Así, en mi perpetua estupidez, imagino que todo y todos provienen del mismo huevo (puesto por un gallináceo dios); y andamos por el mundo fritos, revueltos, pochés, con jamón, tibios o cocidos.
Qué cool, todos primos-hermanos. (Aquí podemos cantar It´s a small world, agarrados de las manos y con los encendedores en alto).
Pero ni madres. Ni Basilisa, ni Cenicienta ni la Gallinita de los Huevos de Oro existieron. Pura imaginería.



Pero en la imaginación Basilisa tenía una muñequita mágica que funcionaba si se le daba de comer. El sábado alguien querido me regalo una muñequita, sólo que ésta es anoréxica. Aunque, tal vez con agüita baja en sales nos cumpla nuestros deseos. En lo que ocurre, Basilisa La hermosa puede leerse allá, en el cielo azul. Es una historia coleccionable.

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