miércoles, diciembre 29, 2004

Los días de calma aparente, donde no hay cotidianidad que nos de eje, ni están los terceros que nos dan ritmo, son quizá los que contienen mayores movimientos. Ayer salí a cumplir ciertos encargos: uno de ellos era comprar plumines de distintos colores: metálicos y pastel para papel oscuro, y de colores no metálicos y no pastel para papel claro. Las grandes papelerías abundan en esta ciudad, lo que no encuentras en una debe estar esperando en otra, o en otra, o en otra. Caminé de un lado a otro (en esta ciudad vale más decir "de costa a costa"). Al final encontré casi todo (un libro llega hasta enero). Pero no adquirí todo lo que encontré: los poemas inéditos de Celan, recién traducidos, listos pa que yo los lea, tan caro el desgraciado.
Se me enterró esa sensación de caminar y caminar para entrar a un local que es similar al anterior pero cuyas variantes pueden pasar desapercibidas: en cada uno encontraba algo diferente, sin embargo tenía que continuar la búsqueda. Se antoja que toda búsqueda pudiera materializarse en un paquete de plumines. Ayer no me detuve hasta encontrar, aunque en otro plano estoy detenida: no busco, estoy quieta en una encrucijada sin decidirme a cruzar o a doblar la esquina. Lo que uno alucina con los fines de año.

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