lunes, diciembre 27, 2004

Existe un punto en esta ciudad que, por las noches, se transforma en embarcadero. Las luces son marea que llega al horizonte. Y uno quiere creer que los faros son anémonas y que los anuncios son el guiño de un pez abisal. Y en este embarcadero, que no lo es, a cierta hora el cielo clarea para exhibir la silueta de los volcanes que se sueñan continente por descubrir. La luna intenta despeñarse, que la incipiente claridad es el anuncio de su ojo-hermano. La luna, ciega, no logra acelerar su paso. El ojo de fuego la alcanza, la opaca, la esconde. El cielo se queda tuerto y bajo su mirada los coches, entonces veleros, zarpan. Rielan sobre las aceras mientras el vaho de las alcantarillas son las burbujas de peces imposibles. Y en otro punto de esta ciudad alguien escribe historias sobre marineros de cemento. El embarcadero se diluye y sol y luna siguen su camino.

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