lunes, diciembre 06, 2004

El símil más común para una nube es el algodón; y si andamos cursis o buscando una canción de cuna, el algodón se convierte en azúcar. Es también común buscar formas en las nubes, o apostar a su color para decir si lloverá o podremos salir a tostarnos la dermis.
Pero hay nubes aciagas y no precisamente de algodón, ni de azúcar ni de vapor de agua. A estas "nubes" se les conoce como enjambres: de abejas, de moscas, de mosquitos o de cualquier otro bicho (humanos incluidos). Por ejemplo, está el enjambre de jejenes que terminan en nuestra boca, nariz y ojos: una experiencia inolvidable. También tenemos el enjambre de abejas que, si se trata de "africanas" y en la gran ciudad, inevitablemente va acompañado de un camión de bomberos. Y están los que anuncian enfermedad (psicosomática, aclaremos):
Desde el otro día traigo una gripe, que no es gripe; es más una alergia a lo que me rodea pero que se manifiesta, aleatoriamente, en la nariz y en la cajita de pañuelos desechables. Y fue a raíz de caminar a través de un enjambre de moscas que zumbaba en un trecho de la avenida. No se me antojó averiguar qué diablos hacía ahí el susodicho enjambre, si había por ahí un cacho de carne muerta o no, pues me limité a contener la respiración. El caso es que lo atravesé, estoica, ya que era más seguro que bajarme de la acera o intentar cruzar, sin semáforo, a la otra orilla.
Soporté sus ruidillos y su estupidez al estrellarse contra mi cara, y el cómo transformaron mi visión de la calle al fragmentarla con un montón de puntitos negros con alas. Pero la autosugestión es un enigma y en mi caso habita en las mucosas. De hoy en adelante tendré cuidado de las nubes, de los enjambres, de las hordas y/o de las parvadas. Aunque en esta ciudad librarse de cualquier tipo de conglomerado es casi imposible.

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