martes, enero 04, 2005

Abrí los ojos y sin más las recordé una por una. Las niñas de aquél colegio de monjas donde sólo estuve un año escolar. Recordé sus nombres, sus rostros y sus complexiones: Mónica, delgada, con pelo corto y negrísimo (una niña con pelo corto era cosa rara). Su amiga, Patricia, con el cabello castaño tornasol, arreglado en dos coletas llenas de caireles. Estas dos eran las más aplicadas del salón y compartían la banca. Luego Andrea, llenita y de pelo lacio atado en cola de caballo; y lilí, blanca y rubia, pelo lacio al hombro. Este par eran mis amigas y ambas usaban botines ortopédicos. Las primeras eran muy alzadas. Las segundas, dulces y desafanadas. Con las cuatro aprendí a jugar resorte. Las cinco usábamos un unifome azul marino bajo la rodilla e íbamos a misa, en el auditorio de la escuela, todos los lunes.
Este año se cumplirán 30 años de aquél colegio lleno de rosales, crucifijos y comidas en la cocina del convento. Y hoy recorde los nombres, los rostros y las complexiones de esas niñas; pero no recuerdo cómo era yo. Este 2005 me ha de quitar lo desmemoriada, que ni qué.

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