lunes, enero 10, 2005

El gran Imperio ha coaccionado a la ONU para brindar ayuda: todas las medicinas deben comprarse a sus laboratorios. Es una chingadera, pero me guste o no, es el privilegio del Imperio, de todos los Imperios pasados y los que aún quedan por venir.
Imagino al mundo como un gran supermercado, lleno de pasillos, anaqueles, ofertas y productos. Por allá los lácteos, acá los perecederos, ahí los productos gourmet, y lejos los saldos y los prontos a caducar. Hay productos exitosos y otros que nadie ha probado. Sólo que en este supermercado la calidad es un artificio. Por ahí hay una mano invisible que decide qué se vende, qué se tira, qué es mejor y qué es prescindible. La mano invisible usa su báscula y asigna el precio por kilo: un kilo de americano vale diez veces más que uno de tailandés, pero el kilo de tailandés está más cotizado que el kilo de nigeriano. Un kilo de víctima del terrorismo es más que 100 kilos de niños ahogados (los muertos de hambre no valen, no pesan nada).
Y ahí vamos, con nuestros carritos, recorriendo los pasillos, pendientes de los altavoces que nos indican cuál es la oferta de la temporada mientras la mano invisible etiqueta todo lo que se le pone enfrente.

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