Tomé una hoja blanca y enumeré todos los pendientes a finiquitar antes del domingo. El pronóstico: horas frente a este monitor. Desde la baja laboral de los últimos dos meses de 2004, la MAC sólo compartía conmigo algunos momentos del día.
El uso del teclado exige que mis uñas estén cortitas. El arreglo y la higiene personal son cosas triviales para la mayoría. He leído que alguien se corte las uñas de las manos o de los pies, pero no recuerdo la descripción exacta del arma que las ejecuta, ni del sonido casi metálico cuando se fracturan o de la velocidad inaudita que toman al salir despedidas (ni cómo los obsesivos las buscamos en el suelo hasta dar con ellas).
Mientras la compu encendía, corté mis uñas y las limé. Observé que su superficie cada vez está más estriada, como si lomas diminutas crecieran en ellas. Entonces recordé las manos y las uñas de mi abuelo paterno, grandísimas, blancas con manchas pardas coronas por uñas estriadas y cómo yo pasaba la yema de mi dedo sobre ellas para palpar esas ondulaciones misteriosas. No sé si esa textura es síntoma de envejecimiento, algo genético o algún déficit vitamínico. Y recordé preguntarlé por qué las tenía así y su respuesta indefinida en una risa.
Tan triviales las uñas. Creo que dedicaré mis ojos-espías a observar uñas ajenas; o acaso a preguntarle a los demás si en las propias crecen cordilleras.
jueves, enero 06, 2005
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