En el último post mencioné a Navarrete sin saber que más tarde conocería su siniestro sino y la cercanía que tuvo con alguien aún más cercano a mí. Luego ciertas consignas que giran en mi cabeza y que a ratos pierden sentido se convierten nuevamente en estandartes: estandartes ociosos, necios, sin complicidad ni eco en otros.
Y así como desearía beber Baileys por toda la eternidad (oh, sí, la felicidad es tersa y de color café au lait), deseo arrebatarle ciertas presas al olvido; aunque el olvido, en venganza, luego me devore y termine embriagado (oh, sí, los duraznos se conservan en almíbar, los pepinillos en salmuera; yo seré una etílica conserva en Baileys). Caray, si todos lográramos alejarnos del espejo para dejar de contemplarnos a nosotros mismos todo se movería en direcciones tan diferentes. Pero nada, nuestra mortalidad nos empacha. (Y ya no hay Baileys, mèrde).
domingo, julio 04, 2004
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario