jueves, julio 29, 2004

Puede ser que uno es tan escéptico, tan urgentemente científico, que se niega a aceptar un presentimiento --o señal, siempre poco claras--. Hasta que el día, o un par de días, son una combinación de pequeños sucesos, caóticos los unos terroríficos los otros.
Entre una mala encuadernada, sueños que nomás no entiendo y aprensiones sin origen me he enterado de una muerte atroz. La madre de un amigo de la infancia con quien me divertí sobremanera, del que todavía guardo un pomito del PRI (jeje) y anécdotas tontas y triviales que sólo a nosotros nos incumben. Y sí, hace años que no lo veo. Cada quien agarró un color distinto al de otro, como suele ocurrir (paletas incompatibles). Pero la distancia no evita que sienta horror.
De niña solía ver a su madre ir y venir: era una madre profesionista que años más tarde sería, lo que solemos llamar, una persona exitosa. (Claro, yo quería ser como esa mamá).
Habiendo tanto perro suelto... ella fue secuestrada y terminó ahorcada flotando en un canal inmundo de la ciudad. Y yo, estúpidamente aficionada a coleccionar imágenes, veo a mi amigo jurando que iba a ser abogado (lo es), comiéndose una croqueta de perro cuando se llevaron al Charlie, organizando una manifestación infantil con sartenes y a su madre, con un traje verde, muy guapa, yendo y viniendo frente a mi ventana.
Y entonces no entiendo nada y sólo siento eso, el horror.

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