martes, julio 27, 2004

Terminé el último archivo pa subirlo al cielo azul (que así lo bautizó un aliado orisha). Y leía, y transcribía, y releía pa evitar la errata rastrera. Y me ha dado una tristeza, de esas que me dan, o no me dan y sólo entran por la ventana, sin avisar, sin susurros, entran y ya. Y algún consuelo queda en el aire: aroma a galletitas recién hechas. Se quedó el olor después de una tarde dedicada a hacer, simplemente, galletas. Porque cuando me harte de todo y de todos haré eso: galletas.
Cuando me pregunten qué soy, a dónde voy, de dónde vengo, diré que soy hacedora de galletas.
El aroma consuela, que no el sabor. Si muerden una galleta (pero hecha en casa, no de cajita y logo) las migajas se humedecen en el paladar y brota ese dulzor. El aroma de pronto es líquido, y en su licuificación están todos los dulzores que se van y que no regresan. Creo que todo posee la brevedad de una galleta.

pd: las galletas son animalitos que mueren cuando entran al horno.
pd2: Manuel Scorza, un imperdible, en la pequeña actualización de osiazul

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