domingo, abril 17, 2005

la oscura inmortalidad

No hace falta ser lingüista para fascinarse con el origen de las palabras. En nuestra lengua romance, las más de las raíces son de voces griegas y/o latinas. Aunque tenemos toda una colección de galicismos y anglisismos, algunos aceptados por la RAE, otros simple ornato de nuestro esnobismo coloquial. Pero nada como las palabras que derivan de un apellido: piensen en "pasteurizar" y verán al dr. Pasteur ajetreado tras su microscopio.
He meditado sobre el verbo que legaré al mundo --tendrá que ser verbo irregular--: Mergrunizar: dícese del acto de perder el tiempo. / fig. Ocio. Pero me preocupa que lo clasifiquen como germanismo, prefiero que se le catalogue como chilanguismo. Y de aquí hasta que me muera seguiré perdiendo el tiempo no vaya a ser el diablo y mis actos alteren la definición del nuevo verbo, y termine inmortalizada como este personaje:
En el año de 1780, el magistrado William Lynch encabezaba el comité de vigilancia en el estado de Virginia, EUA. El comité, integrado por sureños faulknerianos, ejecutaba pequeños actos punitivos fuera del marco legal y que, en honor de su líder, fueron bautizados como lynchs. El móvil de estos actos era la "defensa racial".
La creciente demanda en el empleo de los lynchs dio lugar a la Lynch Law (Ley de Lynch). El acto punitivo ilegal se transforma en pena capital. Los entonces padres del KKK podían ahorcar negros, legalmente, en los alrededores de sus afrancesadas plantaciones del sur, incapaces de imaginar el legado lingüístico del que formaron parte: Linchar: matar la plebe al acusado de algún crimen, sin formación de proceso o tumultuariamente.
El linchamiento ha dejado de ser legal pero la pena capital, en algunos países, lo es aún. El lenguaje, como todo, posee su dualidad: o es la cartografía de toda esencia o ese gran estafador que disfraza con eufemismos conceptos tan concretos como "matar".
Mergrunizemos en otro lado...
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