Sonó el despertador. Abrí los ojos, salté de la cama, deambulé. Regresé a las cobijas. Dormí. Sonó de nuevo el despertador. Abrí los ojos... pero Ojos no quieren seguir abiertos, tal vez estén hartos de ver y no importa lo que haga, ellos se cierran obstinados. No se de dónde vino este estúpido cansancio, ni quién lo invitó --sospecho de Ojos--, pero lo invade todo: cerebro, manos, piernas, esternón, seso, bah...
Mientras leía, cerraba los ojos con la cara hacia la ventana: la luz de abril logra taladrar los párpados e inventa manchas, figurillas como en esos calidoscopios de infancia (que no caleidoscopios, voz italiana). Podía estar echada, sin oficio ni beneficio, con el dichoso juguete óptico en la mano haciéndolo girar lentamente, fascinada, hechizada, embrujada con las imágenes cambiantes. Y más grande hacía lo mismo, y trataba de adivinar de dónde provenían los diminutos desperdicios que se metamorfoseaban en las paredes de espejo: cachitos de vidrio de envases de Coke, trocitos de papel metálico de algún confite, rebabas de plástico azul de una botella de cloro vacía Los Patitos. Lentejuelas, hilos, vidrios rojos y plásticos encendidos que adivinaba parte de las micas que resguardan los faros de los coches.
Ahora me gustaría hacer aquello, mandar todo al carajo y echarme a girar un calidoscopio. Por ahí anda uno, mas se antoja poseer uno nuevo, de esos que tienen aceite, delgaditos, y con una presentación más techno... no sé por qué jamás he comprado uno "moderno", ha de ser el temor de descubrir que el encanto se frragmenta y es tan efímero como aquellas imágenes de infancia. Bah, ando depre...
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