martes, noviembre 04, 2003


André Rouillard


Encontré al tal Rouillard en un librito que me regaló, justamente, el árbol. Nuestra esfera de aprehensión es mínima, lo que nos hace eternos descubridores. Claro, a veces pequeños exploradores sin mapa, ni brújula.
La casa sigue disfrazada de barricada, no encuentro el hilo de la dichosa ponencia, ya me tomé mis pastillitas mágicas para la espalda, ya perdí tiempo productivo (ja) leyendo al Owen. Comienzo a sentirme apanicada. Mejor salgo un rato, quien quita y la estúpida ponencia está tirada en alguna esquina.

Es ya el cielo. O la noche. O el mar que me reclama
con la voz de mis ríos aún temblando en su trueno,
sus mármoles yacentes hechos carne en la arena,
y el hombre de la luna con la foca del circo,
y vicios de mejillas pintadas en los puertos,
y el horizonte tierno, siempre niño y eterno.
Si he de vivir, que sea sin timón y en delirio.
Gilberto Owen

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