lunes, noviembre 03, 2003

Necesito dos interruptores nuevos: uno para mi cuarto y otro para hablar de Género. Cómo switchear de Maldoror al relato autobiográfico, cómo modular la voz que insiste en sus artilugios fuego-aire para hablar de temas concretos.
Acepté hablar en público el miércoles, lejísimos y temprano, sobre el relato autobiográfico y su valía en el asunto del Género. No es que levante la mano gustosa para padecer dolor de estómago (odio hablar en público) pero me queda ese diminuta evanescencia de que todo puede transformarse, de manera cansina y a ratos casi imperceptible.
El contacto más humano lo he tenido en mis talleres de autobiografía; a ratos me asustan, me aturden aunque vuelvo a reincidir.
Regreso al word. Mmm, tengo que quitar las ofrendas. Y deshacerme de Maldoror:

¡Se aleja!? ¡Se aleja!? Pero una masa informe lo persigue encarnizadamente, siguiendo sus huellas en medio del polvo. Solamente un joven, sumido en ensueños en medio de esos personajes de piedra, parecía conmoverse con el infortunio. No se atreve a elevar la voz a favor del niño, que cree poder alcanzarlos con sus piernecillas doloridas, pues los otros hombres le lanzan miradas despectivas y autoritarias, y sabe que nada puede hacer contra todos.
Los cantos de Maldoror, Conde de Lautréamont (Canto segundo, estrofa 4).

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