sábado, noviembre 22, 2003

Nombrar. A ratos creo que nombrar es invocar, creencia fantasiosa (acaso todas lo son) por donde circulan dragones, magos, o cualquier abalorio que se antoje guardián de ancestrales secretos.
El viernes estuvo sabroso, me parece que nuestra pequeña cofradía es de un armonioso mágico (o yo la vivo así). A cierta hora nombré a un personaje de mi núcleo familiar, uno que está perdido en extraños limbos. Hoy en la mañana tocaron la puerta, supuse que era Benjamín con las correcciones de la revista. No. Era el Invocado. Desayunamos, me platicó sobre una pulquería (El templo de Diana), sobre curiosas teorías del no-nacido (juar-juar) y de los rincones que visita en la ciudad (que toda ella es su casa, su guarida y su hogar).
Más tarde, la revista quedó lista entre la neurosis de meter las correcciones y la de vigilar las manitas del Invocado tan adictas a las cosas ajenas.
Todo esto sólo por la mañana.
Ahora a lavar y guardar los vestigios de los mundos compartidos.

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