lunes, noviembre 17, 2003

Jamás pensé que metamorfosearse en masa de pan fuera tan reconfortante. Al fin fui por mi masaje (intercambio de una lectura); una maravilla: en calidad de ungido de perdida religión (léase embetunada con aceite de lavanda) me han amasado hasta el hartazgo. Ahora floto. Es curioso cómo uno no se percata de todos los dolores que tiene hasta que alguien apachurra la carne. Pregúntome si pronto levaré y al meterme al horno saldré con aroma de pan recién horneado (me agregaré unas chispas de chocolate, pues).
Muy atinado, esta semana tocan horas-máquina que me dejan como garabato. Ojalá esta ligereza dure muchos, muchos días.
A mi llavero llegó un nuevo inquilino (la figurita de El Loco) y de regreso a casa, mientras el Metro se quedó en semi-tinieblas, hojeé un libro que me prestaron (lo cuido y lo devuelvo). Promete:

Remueve
la mantequilla
y verás
inconscientemente
surgir
los movimientos de la vaca.
Malcolm de Chazal

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