martes, noviembre 11, 2003

Uno escala, nuevamente, las paredes del pozo; debe salir, quien se queda abajo termina carcomido por el agua. Siempre regresamos, para algunos el llamado de los ahogados es inevitable.
A veces resulta dulce cómo los eventos se entrelazan. Ayer regresé tarde a casa después de una clase de tarot (para mí muy disfrutable); hoy salí tempranísimo (una mañana también disfrutable). Mañana saldré nuevamente a juguetear con los Arcanos.
Hoy es el cumpleaños del hijo, 10 años, él es el pequeño (era) y pareciera que su cumpleaños es el mío: a la que se le mueve el piso es a mí, la que cuestiona los sinsentidos soy yo; pero también recibo obsequios. Ricardo (el tarotmaster y duende-amigo) me regaló un tarot con ilustraciones semejantes a esos libros de infancia que guardaban mundos fantásticos, personajes que materializábamos y significados que perdimos con la edad. Con Ricardo el mundo tiene esas tonalidades y esos trazos (cuando no peleamos); a él le debo esta pequeña adicción por las cartas y lo que ellas, a través de las imágenes, nos susurran cuando estamos dispuestos.

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