lunes, noviembre 10, 2003

El viernes me sentaba junto a la ventana, ahora estoy frente a ella. El cuarto se ha transformado (aún está e transformación). Dedicamos horas y horas a sacar libros, meter libros, agujerear paredes y redescubrir qué diablos había en esas cajas. Resultó que el partner tenía más cosas de las que decía: hay libros curiosos, lo que faltaba de ciertas secuencias existentes, una edición de Gaspar de la noche con grabados (la mía es simplísima), un libro de ilustraciones entrañables, uno de Chagall con cuadros que no conocía (uf, ¿cuántos pintó?), el del Mago de Oz, un facsímil de Villaurrutia, otro de Panero...
El partner fue un alguien que yo no conocí, posee un camino hollado que seguramente yo no recorreré; ni afirmaré, pasados los años, ciertas cosas (creo); tampoco escucharé su música, ni repetiré los versos que él repite.
Ninguno de los dos se diluye en el otro, tenemos territorios distantes, altos bastiones y espectros íntimos.
Somos agua y aceite que no sueñan mezclas inexistentes; nos basta esa línea donde ambos elementos se tocan, conteniéndose, sosteniéndose; un saber que el otro está.

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