viernes, agosto 01, 2003

Estoy enfrascada, desde la mañana, en un texto con caracoles. No le encuentro sentido como a muchas cosas que hago. Sólo que ahora evito destruir los párrafos, sólo los pongo a dormir en una carpetita de la mac. Los caracoles son parte de mi infancia, aún los contemplo y en ciertas temporadas tenemos algunos deslizándose en una pecera. Y de fijo tenemos un acuático, de cuerpo color coral. Son pacientes pero certeros; amables pero voraces; frágiles pero regresan siempre con las lluvias. De esa ambivalencia debe emerger el llamado a la fascinación. Para muchos los caracolillos provocan asco, y todavía algunos dicen que su baba produce salpullido: no es cierto. Verlos andar por ahí es sinónimo de tranquilidad; mas una tranquilidad sencilla, sin recovecos.

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