martes, junio 17, 2003

En algunos caminos nunca existe la posibilidad de materializar las historias. Nos quedamos con el amado en la memoria, escribiendo palabras que él no ha pronunciado, buscando su sombra dibujada con la luna y encerramos su voz en un dedal.
Y porque la locura no es amiga nos conformamos con la foto, del que no-te-pertenece, para saciar la sed con el borde del papel filoso que corte las yemas de los dedos, y así entintar los labios. La acunamos, aspiramos sobre la superficie (las fotos no roban almas sino aromas), y la usamos como separador del libro que cuenta una historia de amor imaginada.
La observamos, dos, tres, cuatro veces al día; y aún osaremos ponerla bajo la almohada o recargada en el vaso de vidrio sin agua mientras la sopa se enfría.
Viviremos la zozobra de los días hasta que el azar nos la arrebate y otros ojos la encuentren en un pasillo de metro. Y bastará tomarla y acercarla a la mejilla para enamorarse.

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