Sépase que también por nostalgia se peca. La dieta control-azúcar es un éxito, o era. Hoy trajeron una bolsa de pan dulce; los tentáculos de la tentación nunca son suficientes para llevarme al abismo (wow, qué barroco suena eso), claro, siempre y cuando haya decidido, tajantemente, hacer algo. Pero hoy esa bolsa era algo más que papel. Hace muchos años, cuando era niña, solía acompañar a mi abuela a una panadería, La Veiga, para comprar pan calientito para la merienda. Yo prefería las conchas o las nubes salvo cuando mi abuelo nos honraba con su presencia. Entonces me convertía en una imitadora (copycat); elegía, igual que él una bola de Berlín. Esas bolitas se hacían con la misma masa que las donas, sólo que no tenían agujero: eran una esfera rellena de crema pastelera glaseadas con azúcar. A mi abuelo esa coincidencia le complacía; yo observaba las concha de reojo, mas la aprobación tiene su precio. Qué tontita era (aún lo soy); pensaba que mi abuelo comía bolas de Berlín porque segurito eso comía en su olvidada, y odiada Alemania, pensaba que con eso me querría un poquitín y no, las historias de los adultos son más complejas. Extraño su casa, su higuera, y sobre todo a LA abuela.
Hoy me comí una bola de Berlín (años ha que no me comía una, ni recordaba el nombre, ni aquella historia). Ni modo, rompí la dieta y con el madrazo de azúcar ya me dio insomnio. El precio de los recuerdos rellenos de crema pastelera.
martes, junio 03, 2003
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