miércoles, junio 18, 2003

Tomé una pastilla desodorante, abrí la envoltura; pastillas desodorantes para el w.c., esas que guardan la promesa de eliminar bacterias, sarro además de colorear el agua de azul (un azul brillante, “muy limpio”). Quité la tapa del tanque y en una de las esquinas, diminuta y con el vientre plateado, una arañita trepaba despavorida por una tela que, de tan invisible, era imaginaria.
Las lluvias ahuyentan a las arañas las cuales buscan la entrada en mis ventanas siempre abiertas. Suelen elegir los vórtices, la última caja del clóset o los libreros. Nunca había visto una arañita viviendo en el tanque de agua del w.c. Será una araña mediterránea, tal vez, necesitada de brisas y oleajes, de remolinos y superficies.
Arrojé la pastilla.
Ahora me ha dado culpa. No creo que sobreviva a las emanaciones del desodorante, ni al brebaje azul que ahora corre por la porcelana. Los días son así, breves y frágiles.

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