viernes, mayo 02, 2003

Hoy el reloj no guardaba segundos, sino cuartillas. Tal vez les dé igual saber qué diablos corrijo, tal vez viven de curiosidad; de las cuartillas, que poco a poco se esfuman sobre la mesa, les dejaré un trocito, una cita textual:

“Cuando realizan esos nombramientos, con la novedad que yo era la presidenta, qué bárbaro; los hombres se fueron a las cantinas, se fueron a muchos lugares de decepción de que las mujeres ganaron con su candidata”.

Los “lugares de decepción”, cantinas y burdeles, donde los hombres se van a curar el dolor; los ensayos que me traen de cabeza pertenecen a un congreso realizado entorno a la participación de las mujeres indígenas y/o rurales en la política de México. Los datos y las cifras si veo otro símbolito de porcentaje me saco los ojos), las anécdotas y los nombres sin rostro, resumen una actividad apenas incipiente y cuya finalidad no es sólo el democratizar este lugar. No. Sino el de tener agrupaciones capaces de dar solución, y prioridad, a problemáticas de género: Violencia intrafamiliar y Violencia contra mujeres. Me preguntaba cuáles eran los lugares de decepción de las mujeres.

Una de las raíces de ciertas actitudes, y la escencia de muchas consecuencias, es el miedo. Sólo quien ha sentido miedo, miedo verdadero, habrá visto la forma de un monstruo sigiloso (parecido a un pulpo) que abraza a la víctima y la sofoca lentamente hasta borrarla de cuajo. Al leer sobre factores socioeconómicos, culturales y educativos (aunque abismales) se antoja una solución viable. Pero al leer “miedo” cuesta imaginar la fórmula alquímica capaz de diluir algo tan primigenio.

Y de ahí, de nuestra vulnerabilidad, vendrá la fascinación que sentimos por él; fascinación que nos incita a buscar autores terroríficos, películas inquietantes, museos de cera, y todo aquello que provoque miedo. Será que el fin último, de verlo y sentirlo una y otra vez, es el de descubrir su oscuro mecanismo y dominarlo, someterlo como el héroe ancestral pisa la cabeza del dragón.

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