sábado, mayo 10, 2003

Ya son muchos años de hijos (uno que tenía prisa, celeridad que le llaman) que cuesta recordar cómo era aquello de no-hijos. El 95% de mis amigos y/o conocidos no tienen, a ratos es dificil cuadrar tiempo, vibras e intereses entre mundos paralelos. Tengo una natural tendencia a clasificar todo como bueno o malo, blanco o negro, es o no es. A veces uno aprende otras cosas: hace varios años tuvimos una paloma maltrecha de refugiada (odio las palomas); bastaba verla para tener la certeza de que moriría. Así fue. Mi hijo, pequeñito y siempre azul, lloraba desconsolado. Mi hija, sólo pequeña, se acercó y con naturalidad le dijo “no estés triste, sólo está un poco muerta” (citado textual en uno de mis bastardillos poemas). El niño encontró consuelo. Más tarde le pregunté a mi hija qué diablos era eso de un poco muerta; me miró con extrañeza (en teoría los adultos sabemos todo). Respuesta: está poco muerta porque parece que está dormida, cuando se pudra estará casi muerta, y cuando sea huesos ya estará muerta. (No sé de dónde sacan esas ideas).
Con una anécdota trato de mostrar qué es esto de Mamá: un territorio donde las cosas se transforman, se alargan y son siempre maleables. Sustancias químicas que acentúan los sabores, aun los que nos desagradan o a los que tememos. Un espejo capaz de mostrar lo olvidado. El umbral que traspasamos para dar media vuelta y descubrir que la puerta ha desaparecido. Una opción (que no un deber ser) donde nuestra aprehensión canjea el blanco-negro y da cobijo a la infinita escala de grises.
Seamos festivos: felicidades. Mi misma, me felicito.

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