domingo, mayo 11, 2003

Otro amiguito del Metro
Aún irradia una luz azul indescriptible, aunque lentamente se desvanece. Nada comparado con el brillo enceguecedor que llamó la atención de los transeuntes cuando aterrizó. En el omóplato izquierdo tiene una herida supurante, la carne desgarrada y la sangre le llega hasta la nalga. El ala sobreviviente está semiextendida, rota y sucia de grasa.
Los niños de la calle Madero se sorprendieron al verlo: mira, mira un monstruo con alas. La jauría se unió, juntaron palos de escoba, piedras, latas de soda y cualquier proyectil que aguardara en la basura. Él hubiera podido volar, huir; mas el primer niño que arrojó un objeto le dio en plena frente. Cayó, y todos vomitaron su odio sobre aquellas alas. Monstruo, monstruo, maten al monstruo.
Entra al vagón. Se hace ovillo sobre el asiento. Se refugia en llanto silencioso. Sobre la calle Madero una jauría de niños blanden un ala; las plumas blancas se desprenden y caen sobre la acera húmeda. Ahí viaja la inocencia, quieta, aterida.

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