Odio las dietas controla-azúcar, no tanto por la represión de los antojos sino por el acecho incesante del reloj (hey, tres horas, cómete una uva, hey, seis horas, falaste, fallaste). Solía, en aquellos días, comerme un kilo de chocolates; ni engordaba ni mi rostro hacía erupción. Ahora me resigno a observarlos, o comerme un par; y a embriagarme con el aroma cuando paso junto a una confitería. No es cierto, no hay tal resignación. La neta no puedo comerme má de tres, me dan náuseas. El cuerpo es medio sabio, y digo medio porque espero el día que rechaze el café, el cigarro, el Bailey´s (harto azucarado) y las ganas de no ver a nadie (ja). Ya me voy a buscar mis apuntes de narrativa tradicional, mañana me toca clase en H. diplomado de esta ciudad.
viernes, mayo 30, 2003
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