domingo, mayo 25, 2003

Huellas. Si alguien pudiera colorearlas emergería un mapa infinito de los pasos. Grandes, pequeñas, anchas, oblongas, recuerdo de piernas que corretean por los días, espejo de todos aquellos que no hemos nombrado.
El gusano de metal sigue su camino, las mece. Huellas. Se antojan pequeños insectos que viven por un día, nacen, cumplen su metamorfosis y desaparecen sin testigos. ¿Y a dónde van esas historias?
He robado la escobita plateada que usa la nana para barrer las migajas de la mesa. Huellas, son eso, migajas de la gente que transita. Mañana muy temprano compraré mi boleto del Metro, otearé por todos los pasillo, buscándolas como quien ha perdido un arete. Las juntaré con la escobita, suave, y amorosamente, como una madre que acuna el polvo de los hijos. Huellas ignoradas por el bullicio de los días. Las guardaré en mis bolsillos, bajo mis párpados, sobre la lengua. Y todos serán recordados, todos los nombres, los rostros, las voces.
Huellas. Si alguien pudiera colorearlas, reptar por los suelos no sería tan malo.

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