martes, julio 22, 2003

Dediqué unas horas a divagar sobre puertas, no sólo llevada por el ocio, sino para adentrarme en los versos de una poeta; debo hacer un breve ensayo.
Las puertas se cierran y se abren en las estrofas. En los días reales, curiosamente, su casa es un verdadero albergue de puertas; no importa a dónde dirijas la mirada: te toparás con una puerta, con su manija invitadora, su transparencia de vidrio o su cerradura inviolable.
La puerta es la posibilidad de transición entre mundos, el pasaje permitido o el arduo objetivo del iniciado; a veces custodiada por pavorosos guardianes, otras veces ocultas o a las que sólo resta el quicio. Hay umbrales al más allá, a los infiernos, a los cielos, a otros planetas, a mundos paralelos, al viaje por el tiempo o a la ruidosa avenida. Puerta, portezuelas, portones; si tuviera que simplificar su basta simbología eligiría luz-oscuridad, dualidad de la que emerge todo paradigma.
Esos versos contienen puertas que separan la luz y la sombra, pasaje al claroscuro de lo cotidiano, de años como observador atento y dispuesto a robar todo aquello que descubre en el horizonte de los días. Puertas hay en todos lados, falta saber cómo abrirlas con la palabra.

Mandé que abrieran puertas
para ahuyentar secretos...

Dolores Castro

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