Madrugada. Chipi-chipi afuera. El partner termina el retoque de fotos (nos colgamos, mañana entregamos la otra mitad de la revistucha, planitas a color para la inquisidora revisión). Para seguir con el ojo abierto seguiré hablando de pollos.
Pollo 1: años ha vivía en un departamento con grandes ventanales; igual que ahora, fijaba la mirada en lontananza para reflexionar sobre cualquier instantanea estupidez. Aunque de niños somos más impresionables. Así estaba aquel día cuando de repente un leve “poc” sacudió uno de los vidrios, oteé, siguió un gran POC que sacudió el ventanal completo; apenas logré definir la silueta de un pollo (gorrión pequeño) que se había estampado contra el cristal. Salí al balcón, lo busqué ahí y después asomada (empinada) para ver si había caído a la acera. Nada. Ningún pollo roto. Supuse (breve suspiro) que el dichoso emplumado sólo se había llevado un susto y se habría ido, vuelo tambaleante, a su casa.
Los días pasaron. Otra tarde de ocio. Esta vez tocaba sentarse en el sillón que daba a la jardinera del balcón. Sorpresa. Tremor. Sobre la tierra yacía un curioso esqueleto, con pico integrado, y algunas plumas descoloridas a modo de monumento funerario. Maldito pollo, no había sobrevivido. Aún recuerdo la sensación de zozobra y el comparar aquellos huesos con la silueta de un dinosaurio (sí, los pajarracos son el mínimo vestigio de algo que no volverá).
Uy. Hoy me comí a su primo, pero rostizado. Ni hablar, esta semana los pollos rigen...
martes, julio 01, 2003
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