miércoles, julio 30, 2003

Siempre acomodamos a la gente que conocemos en distintos lugares; es como si tuvieramos cuartos con estanterías, de distintos tamaños y colores; unas en pisos inferiores, otras hasta el roofgarden.
Las repercusiones son en función de la cercanía; a menor distancia mayor es el lazo y el amor compartido.
El universo de los estantes no es fijo, está en continuo movimiento; rostros van y vienen, algunos son efímeros, otros se instalan por temporadas y pocos se quedan casi para siempre. Los factores de dichos cambios son varios: la distancia real, los viajes, los intereses encontrados, la muerte.
La cantidad de repisas abarrotadas depende de nuestra interacción con las personas (varía si eres una ostra retraída o una jocosa castañuela). A veces se antoja tener sólo cuartos distantes, donde nada pueda afectarnos, pero resulta difícil ser el ermitaño en la cueva. Sí, se antoja muchísimo cuando alguien ya no cuadra en tu repisita.
Hoy fue un día de lluvia intensa, de aromas a piedra vieja, de guanábanas en un vaso de yogurt, de mantequilla en el cine; un día armonioso con una pequeña mancha. En los últimos días alguien se balancea en la estantería; he tratado de ser más tolerante, de hacer algo por aminorar ese balanceo. Me bastó leer unas líneas para mudarlo a otro cuarto, lejos. La vil decepción.

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