lunes, julio 07, 2003

Voté, aunque no creo en nada me gané mi pulgar negro; después entregué un tríptico de Reiki al mismo tiempo que veía como atropellaban a un perro: salió disparado, aullando, de repente se desplomó, y siguió aullando. La madre de mi clienta, un ser luminoso, se acercó, se inclinó y mientras le susurraba y le pasaba la mano sobre el lomo el perro calló (entonces se quedó dormido y sigue ahí dormido aunque la lluvia le mojó su panza inflada). Yo me quedé pasmada, como estatua de sal diluyéndose con la lluvia. Cuando atropellan a un perro huyo, escapo veloz; no me gusta que las imágenes jueguen conmigo, ver de golpe todas las mandíbulas tiesas, las ausencias, los jirones de otros días ni las carnes machacadas, ni los rabos que nunca más irán de aquí para allá. Esta vez no pude huir, estaba con mi clienta (los cánones dictan que uno debe comportarse).
No tengo perro, nunca más querré perros. Pero esos pequeños emisarios insisten en seguirme. (Desde la ventana lo veo. Sigue dormido. Dulces sueños).
Un pollo nunca será igual que un perro...

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